La caída de la esperanza de vida al nacer en Cuba. De la crisis sanitaria a la humanitaria
El argumento de que la esperanza de vida al nacer disminuyó debido "al elevado grado de envejecimiento poblacional" es tan falaz como contradictorio.
En Cuba se ha anunciado un nivel de esperanza de vida al nacer, para ambos sexos en conjunto, de 77.7 años, lo que muestra un claro descenso desde el trienio 2014-2016. Pero no se han ofrecido datos sobre la dinámica de los sexos por separado. Tampoco se ha tomado en cuenta el nivel del trienio 2011-2013, cuando aumentó por última vez, ni que lo observado para 2014-2016 era el resultado, a su vez, de un descenso.
Veamos lo ocurrido utilizando los estimados hechos con la información proveniente de las Bases de Datos de certificados de Defunción, preparada por el Ministerio de Salud Pública (MINSAP), y la población media proveniente de los Anuarios Demográficos de Cuba, publicados por la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) para los años centrales de los trienios:
Lo que muestra la evidencia disponible es un notable y sostenido descenso de la capacidad de supervivencia de la población cubana desde 2012. En relación con ese año, la pérdida de esperanza de vida al nacer de ambos sexos en conjunto, hacia 2015 (trienio 2014-2016) alcanzaba ya 0.87 años con una caída de 0.93 en hombres y de 0.80 en mujeres. El estimado obtenido para ese año por este autor es incluso inferior a lo anunciado.
Algo similar ocurre en 2019, aunque la diferencia es menos marcada. Para ese entonces, y también en relación con 2012, en los hombres ya se había duplicado la pérdida, alcanzando a mostrar una reducción acumulada en 1.2 años, mientras que en las mujeres se hacía notar una cierta recuperación y la pérdida acumulada se reducía a 0.68 años. Sin embargo, para toda la población en su conjunto ya era de poco menos de un año (0.96).
En 2020, aun antes de que la epidemia de Coronavirus generara la crisis de mortalidad ulterior que la acompañó en 2021, se habían producido solo 146 defunciones, por lo que la caída de la capacidad de supervivencia no podría atribuirse en ninguna medida a esa enfermedad. El efecto del deterioro de las condiciones de salud y mortalidad de la población de ambos sexos conducía a un deterioro de 1.03 años respecto a 2012, mientras que en las mujeres volvía a aumentar a 0.74 años. Lo mismo sucedía en el caso de los hombres, en los que se consolidó en 1.26 años. Todo ello permite afirmar que antes de la entrada de la pandemia de la COVID-19, la población cubana ya acumulaba ocho años de crisis de su capacidad de supervivencia debido al aumento sostenido de la mortalidad, vinculada al deterioro igualmente sostenido de sus condiciones de vida. La entrada de la pandemia no hizo sino acelerar la reducción de la esperanza de vida al nacer que ya se observaba.
¿Aceleración de la mortalidad o de eso que llaman "envejecimiento poblacional”?
Una vez más, habría que dejar explícitamente aclarado que el argumento de que la esperanza de vida al nacer disminuyó debido "al elevado grado de envejecimiento poblacional" es tan falaz como contradictorio. En primer lugar, desde el punto de vista teórico-metodológico habría que establecer que la esperanza de vida al nacer es lo que se conoce como "un indicador resumen de las condiciones de mortalidad de una población", dado que se construye mediante una técnica que parte de las tasas específicas de mortalidad de todas las edades, dando cuenta del impacto que tienen como promedio en la capacidad de supervivencia a la edad 0 (Ortega, 1987), por lo que se puede afirmar que su cambio en el tiempo solo está explicado por los cambios en la mortalidad en cada edad. Y, por supuesto, su valor no está afectado por los cambios de la estructura de edades debido al proceso de vejez demográfica. Decir lo contrario da cuenta de una ignorancia supina sobre el tema, sin mencionar que lo que se designa como "envejecimiento poblacional" no existe teóricamente, vacío de todo contenido gnoseológico.
Luego, es contradictorio porque incluso toda la retórica oficial --aun cuando sea todo un desaguisado desde el punto de vista de la demografía y sea igualmente falaz--, no se ha cansado de responsabilizar al aumento de la esperanza de vida como una de las causas del acelerado aumento de eso que llaman envejecimiento poblacional.
Entonces, ¿en qué quedamos? Si el envejecimiento poblacional es malo y "hay que revertirlo", entonces tendría que aceptarse que el aumento de la esperanza de vida también es malo. ¿O no? Y, para colmo, ahora se nos quiere hacer creer que el acelerado envejecimiento poblacional es una de las causas fundamentales de la caída de la esperanza de vida. ¿En qué quedamos? ¿Quién va primero: el huevo o la gallina? Esta es la demostración de que todo el discurso de angustia sobre el proceso de vejez demográfica (ahora sí dicho correctamente) ha sido y es absolutamente falso.
El rol del coronavirus
La crisis de mortalidad generada por la pandemia, y en ausencia de capacidad para interrelacionar conceptos que muestran, no toma en cuenta que la estructura de edades no provoca cambios per se en la mortalidad. Mucho menos que dé lugar al aumento en el número de defunciones, que pasó de 112 441 en 2020 a 167 645 en 2021. Un incremento de 55 204 muertes de un año al otro. O, dicho de otro modo, un aumento de poco más del 49%.
Lo que se nos dice es que la población de 60 y más años de edad creció solo en 2 831 personas entre ambos años, alcanzando la cifra de 2 389 111. Esto solo representa el 0.12% y deja sin resolver la pregunta acerca de cómo un aumento de 0.12% puede explicar un incremento del 49% de las defunciones. ¿Cómo un aumento de solo 2 831 personas en ese grupo de edades puede explicar un aumento de 55 204 del número total de muertes de toda la población, sobre todo cuando ya se ha documentado que el 60% del número de años de esperanza de vida al nacer potencialmente perdidos por esa causa de muerte se concentró entre 15 y 59 años, dado el impacto del exceso de mortalidad que provocó en ese grupo y no en la población de la tercera edad?
Por otro lado, el nivel de omisión de las defunciones por la COVID-19 alcanzó poco menos del 59% (si se considerara la misma que OMS determinara a nivel mundial) y al hacer la corrección del error se alcanza 20 651 fallecimientos (no los 8 529 reportados como acumulados hasta el 16 de julio de 2022), que constituiría indudablemente una mejor estimado del exceso de muertes debidas a la enfermedad.
Ese exceso de muertes da lugar a una tasa de exceso de mortalidad de 185 defunciones por cada 100 000 habitantes. Un nivel significativamente mayor que lo estimado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) (Barrenechea, 2022), que determinó un nivel de 163 por 100,000. Esto se considera subestimado en tanto es una tasa calculada a partir del exceso de defunciones que resulta de la diferencia entre el número de muertes esperado (136,377) y el número de muertes estimados (117,985) por esa agencia, por todas las causas de muerte y que debió calcular ante la ausencia de información oficial sobre el caso cubano para esa publicación.
Pero luego de la publicación de los datos oficiales de defunciones por parte de la ONEI (167 645), la imagen del exceso de mortalidad en 2021 dibuja otro panorama del impacto de la epidemia (Barrenechea, 2022) sobre la capacidad de supervivencia de la población cubana. En este caso, el exceso real de muertes ascendió a 55 204 en 2021, lo que permite calcular una nueva tasa corregida de exceso de mortalidad de 495.2 defunciones por cada 100 000 habitantes, el nivel más elevado de Latinoamérica y semejante a los de Bulgaria (589 x 100 000) y Perú (467 x 100 000). La Red Mundial de Salud los ha considerado un “desastre sanitario".
Habría que aclarar, con justicia, que no todo ese exceso corresponde al impacto directo de la COVID-19. Es el resultado de la combinación del efecto indirecto de incremento de la mortalidad por otras causas debido a la "sobrespecialización" de las instalaciones hospitalarias en la atención al Coronavirus, que redundó en la posposición de todos los ingresos, tratamientos y maniobras quirúrgicas que no fueran considerados de emergencia para preservar la vida de las personas; del efecto directo propio en la mortalidad provocado por la COVID-19 y el efecto de interacción en el incremento la mortalidad por las comorbilidades presentes en un número importante de pacientes contagiados. Al descompensarse debido al Coronavirus, estos desencadenaron los procesos que finalmente condujeron a la muerte, atribuyéndoseles el diagnóstico final como causa básica de la defunción. Y todo ello sobre el efecto acumulado del incremento sostenido de la mortalidad por todas las causas de muerte en el país desde 2012.
Los datos de esperanza de vida al nacer en Cuba en 2021 hablan por sí solos. Un estimado experimental del indicador, suponiendo la ausencia del Coronavirus como causa de muerte (2021(*) en cuadro, página 1), mostró que continuó su reducción como resultado de la aceleración del deterioro de la capacidad de supervivencia en relación con 2012, cayendo a 70.74 años en los hombres, para una pérdida acumulada de 5.80 años, mientras que en las mujeres el descenso fue a 75.83 años, cayendo en 4.77 años.
Toda la población cubana, ambos sexos reunidos, habría visto caer el indicador a 73.14 años, acumulando una disminución de 5.39 años también con respecto a 2012. Y aquí solo es posible extraer una conclusión: el proceso de descenso de la esperanza de vida al nacer en Cuba no solo hubiera continuado, sino además se habría acelerado aún si no hubiera entrado la pandemia.
Finalmente, el efecto combinado de todos los procesos antes mencionados no sería otra cosa que la caída de la esperanza de vida al nacer masculina a 68.94 años, habiendo perdido ya un total de 7.6 años; acompañada por un descenso equivalente en las mujeres, cuyo indicador se redujo a 73.90 años, 6.70 años menos, también en relación con 2012, mientras que en toda la población de ambos sexos cayó a 71.25, acumulando una pérdida de 7.28 años en total.
Una década de esperanza de vida al nacer "oficialmente" constante
Pareciera que finalmente termina una década completa en que la publicación oficial de esperanza de vida al país ha sido la misma desde 2012. Basta solo con consultar el capítulo de "Mortalidad" de los Anuarios Demográficos de Cuba desde entonces hasta la actualidad para comprobar que, sin que medie aclaración alguna, ni siquiera metodológicamente, se ha estado publicando oficialmente que la esperanza de vida al nacer ha permanecido constante en el tiempo, como si no tuviera relación alguna con los cambios experimentados por las condiciones económicas y ambientales, sociales, grupales e individuales, políticas, religiosas y culturales en los que la población ha tenido que desarrollar las actividades de su vida. Todo un desaguisado gnoseológico.
Y aun cuando el nuevo estimado ofrecido por las autoridades no entra en los detalles de su comportamiento por sexos y hace referencia a la diferencia con un trienio, 2014-2016, en el que el deterioro del indicador ya era notable (y por supuesto mostraba un nivel más próximo al del trienio 2018-2020, ofreciendo la imagen de un deterioro mejor), se abre una nueva etapa en la que pareciera se empezaría a reconocer que la población cubana ha estado afectada por una verdadera crisis sanitaria que no es otra cosa que una verdadera crisis humanitaria en el campo de la salud.
En este contexto de apertura al turismo y a la entrada de viajeros, está el nuevo reto epidemiológico que constituye la nueva oleada de virus respiratorios, llamada por los expertos "Tripledemia" y que afecta particularmente a la población pediátrica. Se trata de que la COVID-19 ya no es el virus predominante que ocupa el nicho epidemiológico --al menos estadísticamente, en ausencia de registro--, y ha bajado de manera significativa su circulación. La presencia de los otros virus que habitualmente están presentes todo el año, ha erupcionado de forma exponencial (Smink, 2022), creando lo que se conoce “Tripledemia”, como fenómeno pospandémico.
Al no ser ya el Sars-CoV-2 el predominante, su lugar ha sido ocupado por la Influenza tipo A con las dos variantes diferentes que provocaron la llamada "gripe porcina" (H1N1), la cual tuvo su propia pandemia en 2009-2010. Y esta combinación se completa con el virus respiratorio sincitial (VRS), más común en bebés y en la población infantil menor de dos años: causa bronquiolitis y neumonía. El cuadro sintomático típico es fiebre, congestión, tos, dolor de cabeza y de garganta. Según la Oficina Panamericana de la Salud, los países más afectados en la región son Estados Unidos, en el hemisferio norte, y las naciones más australes del hemisferio sur (Argentina, Chile, Uruguay y el sur de Brasil), todos de fuerte intercambio de viajeros con Cuba, sobre todo en momentos de proliferación de eslabones intermedios (si no destinos finales) de los corredores migratorios que caracterizan la movilidad de pasajeros de Cuba.
Para quienes tienen sistemas inmunitarios más vulnerables como los recién nacidos, las personas mayores o con factores de riesgo, pueden ser peligrosos. Y cuando atacan todos a la misma vez pueden llevar los sistemas de salud al borde del colapso. A ellos se une la gripe estacional, que continúa circulando. Y habría que agregar un segundo factor pospandémico que, según se cree, contribuyó a que estos virus se diseminen: la baja inmunidad de la población, en especial de los niños, que gracias a las medidas de distanciamiento social no tuvieron la exposición habitual a patógenos que les permitieran generar las defensas necesarias. Esto, además, se ve reforzado por aquellos problemas persistentes en la población debido a secuelas del contagio de Sars-CoV-2, y los efectos prolongados de la COVID.
Este nuevo evento epidemiológico tiene efectos adicionales en la población cubana, dada la sinergia que hace con otros procesos mórbidos que padece en medio de la proliferación de la insalubridad ambiental, de los vertederos de basura por doquier (no hay combustible para recogerlos y disponer correctamente de los residuales), la no fumigación en los hogares o en los entornos de los asentamientos, el estallido de la epidemia de dengue, que ya ha provocado una nueva sobrecarga sobre el sector sanitario y se combina no solo con el remanente de la COVID-19 (con nuevas subvariantes de Ómicron, BQl y BQl.1, que ganan terreno a medida que BA.5 retrocede), sino también con otros procesos que redundan en deterioro higiénico-sanitario ambiental generalizado en que se ve sumergida la población.
Influenza, neumonías, Hepatitis C, enfermedades diarreicas agudas….Falta poco para que aparezcan el cólera o la leptospirosis, dada la multiplicación de inundaciones de aguas albañales y la contaminación que produce en el sistema de abastecimiento de agua potable a las viviendas, el desbordamiento de ríos polutos, los derrumbes de edificaciones y las inundaciones de barriadas enteras cuando llueve. Todo ello se combina con los problemas nutricionales debido a la escasez crónica de alimentos, la galopante hiperinflación (166%), que sitúa al país en segundo lugar a nivel mundial (Hanke, 2022) y la cuarta mayor depreciación monetaria con relación al dólar estadounidense, -63.08% (Hanke, 2023), y "devora" la capacidad adquisitiva de los salarios, situándola al mismo nivel en que estuvo durante el Período Especial de los 90. La carencia de medicamentos y de material médico, así como las condiciones favorecedoras del clima cubano, con sus elevadas temperaturas y su humedad, agravan el problema.
¿Qué debemos esperar?
La respuesta solo apunta a una dirección. El número de defunciones oficialmente reportado para 2022 (129 049) (Rodríguez, 2022), haciendo abstracción de lo ocurrido en 2021, muestra una notable aceleración respecto a 2020, cuando fueron 112 449 en todo el país. En relación con 2019 (109 089 defunciones), en 2020 la cantidad de muertes mostró un incremento de 3.1%. Sin embargo, el aumento de esa cantidad en 2022 en relación con 2020 da cuenta de un salto de poco menos del 15%. Esto representa una aceleración de virtualmente 5 veces en el número de defunciones que se están produciendo en Cuba.
En 2007 el IDH de Cuba alcanzaba su máximo histórico: 0.838, puesto 51 (PNUD, 2009, pág. 181). Sin embargo, diez años después se había reducido a 0.778 (UNDP, 2018, pág. 23), habiendo pasado entre 2012 y 2014 por los valores más bajos de solo 0.767 y 0.768, respectivamente (UNDP, 2018, pág. 27). Esta reducción ocurría de manera similar en numerosos países, asociada al efecto de la crisis económica de 2008 y sus consecuencias. Si bien en 2014 Cuba conservaba el mismo puesto dentro del listado de países, el 51, el índice acusaba una reducción próxima a 10% en el índice global (Albizu-Campos E., 2019, pág. 130).
En 2017, Cuba cayó 22 lugares respecto a 2007, colocándose en el puesto 73. Cinco años después, en 2021, se habrían perdido otros diez lugares. Cuba se posicionó en el puesto 83, luego de que el índice general disminuyera a 0.764 (UNDP, 2022, pág. 278), una reducción de 1,8% respecto al valor de 2017.
Este retroceso es el resultado del agravamiento de las condiciones de vida que trajo consigo la pandemia y el deterioro acumulado y sostenido de las condiciones de vida, así como del grave impacto que tuvo la llamada Tarea Ordenamiento sobre la calidad de supervivencia de la población. Lo que sin dudas se ha visto agravado por el efecto de las medidas de embargo económico que experimenta el país. La caída de la posición de Cuba en el listado de países según el IDH --32 puestos en apenas 15 años--, podría decirse que se debe de manera significativa al comportamiento de los indicadores que conforman las dimensiones del desarrollo humano:
- El retroceso tanto en la extensión de la esperanza de vida al nacer como en la calidad de la supervivencia: el índice que lo sintetiza, si bien aumentó de 0.879 a 0.922 entre 2007 y 2017 (Albizu-Campos E., 2019, pág. 130), en el informe más reciente (UNDP, 2022) bajó a 0.826 en 2021, disminución de más de 10% en los últimos cuatro años. El valor de la esperanza de vida al nacer para ambos sexos fue estimado en 73.7 años (UNDP, 2022, pág. 273), un valor cercano al presentado en el epígrafe sobre Salud en este artículo y que representa un importante descenso, 6.2 años, respecto al nivel de 79.9 años informado en 2018 (UNDP, 2018, pág. 23).
- El cambio del índice global de educación, que refleja el comportamiento del número esperado de años de escolaridad en comparación con los niveles mínimo y máximo de todos los países, se redujo de 0.952 a 0.782 entre 2007 y 2017 (Albizu-Campos E., 2019, pág. 130), y en 2021 aumentó ligeramente a 0.817, un aumento de 4.5% en el cuatrienio 2017-2021, dado que el número esperado de años de escolaridad y el número medio de años de escolaridad, que en 2017 alcanzaron 14 y 11.8 años, respectivamente (UNDP, 2018), en 2021 se situaron en 14.4 y 12.5, lo que mostró una ligera mejoría, probablemente relacionada con las políticas de ampliación del acceso a la educación en el último período, comentadas con anterioridad.
- La disminución del índice de ingresos: bajó de 0.683 a 0.653 entre 2007-2017, no ha mostrado signos claros de mejoría. Sin la influencia negativa del bajo índice de ingresos que incluso en 2007 mostraba el país, Cuba habría ocupado un mejor lugar en el ranking de países, el 44 y no el 51 que ocupó en aquel entonces. Para 2021, el índice de ingresos quedó estimado en 0.660, lo que pareciera mostrar una recuperación respecto a 2017, pero es en realidad el resultado de una sobrestimación del ingreso per cápita ($PPP), ya que no tiene incluido el efecto inflacionario registrado este año, que devoró el aumento del salario medio mensual nominal implementado en el país.
Resulta clave comprender que el desarrollo humano, así como la extensión y la elevación de la calidad de la supervivencia de la población, requieren una visión integral y sostenible de los componentes más arriba analizados. El mejoramiento sostenido de las condiciones de vida y de la calidad de la supervivencia incluye mejores niveles de salud y de educación, y también mejores condiciones económicas que los garanticen. Esta visión, expresada en la Conceptualización, debe incluirse en el centro de las políticas.
Y ello nada tiene que ver con los cambios graduales en la estructura de edades de la población, dado que en lapsos de tiempos tan cerrados (1-2 años) esa estructura no cambia. De hecho, lo que ha estado ocurriendo es que el deterioro de las condiciones y la capacidad de supervivencia de la población ha traspasado un umbral en el que puede convertirse en indetenible si no se implementan las acciones imprescindibles para poder conjurar esta nueva crisis humanitaria, que combinada con aquella otra producida por la masiva salida migratoria del país, coarta con mucho el crecimiento de la población con el que tanto sueñan.
Referencias
Albizu-Campos E., J. C. (2019). Hacia una política de población orientada al desarrollo humano. En C. d. autores, R. Torres P., & D. Echevarría L. (Edits.), Miradas a la economía cubana. Un plan de desarrollo hasta 2030 (págs. 123-133). La Habana, La Habana, Cuba: Ruth Casa Editorial.
Barrenechea, J. G. (22 de junio de 2022). Cuba: uno de los países con peores resultados ante la pandemia por Covid-19. Obtenido de Alas Tensas.
Hanke, S. (24 de 11 de 2022). Hanke's Inflation Dashboard (11/24/2022). Obtenido de https://twitter.com/steve_hanke.
Hanke, S. (11 de june de 2023). Hanke's Currency Watchlist (6/2/2023). Obtenido de https://twitter.com/steve_hanke.
Ortega, A. (1987). Tablas de Mortalidad (Serie E, nº. 1004. ed.). San José, San José, Costa Rica: Centro Latinoamericano de Demografía.
Rodríguez, A. (22 de febrero de 2022). La migración apremia a Cuba con una población envejecida. Obtenido de AP News.
Smink, V. (22 de noviembre de 2022). "Tripledemia", el ataque múltiple de virus respiratorios que satura los hospitales de niños en EE.UU. y algunos países de Sudamérica. Obtenido de BBC News Mundo (https://www.bbc.com/mundo).
UNDP. (2022). Human development report 2021/2022. Uncertain times, unsettled lives: Shaping our future in a transforming world. New York, New York, USA: RR Donnelley Company.
Juan Carlos Albizu-Campos Espiñeira es Licenciado en Economía de la Industria, Universidad de La Habana (1986). Especialista en Demografía, Centro Latinoamericano de Demografía, Costa Rica (1989). Doctor en Ciencias Económicas, Universidad de La Habana (2001) y Doctor en Demografía, Universidad de Paris X-Nanterre (2002). Profesor Titular del Centro de Estudios de la Economía Cubana (CEEC), de la Universidad de La Habana.
Ha publicado, entre otros trabajos, Dinámica demográfica cubana. Antecedentes para un análisis; Fertility, GDP and Average Real Wage in Cuba; La migración internacional de cubanos. Escenarios actuales; Cuba. Escenarios demográficos hacia 2030; Hacia una política de población orientada al desarrollo humano; Cuba. Una mirada a la población económicamente activa; Cuba. Envejecimiento y bono demográficos. Retos al desarrollo; ¿Es el descenso de la actividad económica de la población un fenómeno temporal en Cuba?; "¿Zozobra demográfica?"; "Un fantasma recorre Cuba"; La esperanza de vida en Cuba hoy: diferenciales y coyunturas; La mortalidad materna en Cuba. El color cuenta.
Ha obtenido varios Premios Nacionales de la Academia de Ciencias de Cuba y la Universidad de La Habana.