El Malecón de Pinar del Río merece la primavera

Mario Vizcaíno Serrat

La verdad es que el Malecón de Pinar del Río y sus habitantes merecen la primavera, y quieren vivir por encima de mezquindades, pugnas ideológicas o intereses internos y externos.

June 29, 2024

El símbolo de la propiedad privada y el emprendimiento en la ciudad de Pinar del Río, en el occidente cubano, es una avenida llena de negocios de una punta a la otra, pero donde la mayoría de los clientes y consumidores asoman con la timidez de quienes cuentan los centavos para sobrevivir. 

La calle de dos vías está en el extremo de la zona baja y es una de las más elegantes del municipio capital, casi donde empieza la autopista de cuatro carriles que conduce a La Habana, construida en 1989. Los pinareños --gentilicio que identifica a los habitantes de la región--, llaman a esa zona El Malecón desde que las aguas del río Guamá inundaban hace muchos años varias calles que convergían allí y se estancaban largo tiempo. Aunque eso no ocurre ya, el nombre quedó para siempre asociado al Malecón de La Habana, una avenida de seis carriles y un muro que se extiende sobre la costa norte de la capital cubana a lo largo de ocho kilómetros.

En el Malecón sin agua de Pinar del Río hay casi todas las ofertas del comercio moderno: un taller para arreglar y vender teléfonos celulares, restaurantes, cafeterías, un salón de belleza, pizzerías, un recinto con aires de La Bodeguita del Medio --el restaurante cubano más famoso del mundo--, un gimnasio, panaderías y dulcerías.

Dentro de una arquitectura ecléctica, característica de Pinar del Río, las fachadas de los negocios, entre ellos pequeñas empresas conocidas como mypimes, están llenas de colorido y bien conservadas, y tienen identificaciones de fácil acceso visual para los transeúntes.

En las noches, la manzana adquiere más vida con la iluminación, tanto de las unidades como del alumbrado público, y se convierte en punto de encuentro de todo el que puede desembolsar dinero para comer. En el paseo de la avenida, mucha gente se sienta a beber cervezas y a conversar. Y si la noche es bienvenida, la alargan con los acuerdos del amor y el placer.

La gente más joven busca relajar las tensiones y el agobio del día en ese pequeño emporio de la iniciativa personal donde es evidente la diferencia con el resto de la ciudad, que en las noches se recoge, casi como un pueblo del campo, ante la falta de vida nocturna. En la ciudad hay bares, discotecas y cabarets en varios puntos cardinales, pero la poca solvencia económica de la mayoría de los ciudadanos los mantiene en sus hogares como rehenes del televisor, eso sí: cuando no hay uno de los frecuentes cortes de electricidad, por una mezcla de escasez de petróleo y averías en viejas y obsoletas termoeléctricas que conforman el sistema electro-energético de la isla.

El coñac cubano  

Pinar del Río es la provincia más occidental de Cuba, donde se cultiva desde finales del siglo XIX la Guayabita del Pinar, un licor en sus variantes seco y dulce que se procesa a partir del azúcar de una pequeña fruta que crece silvestre en los pinos de esa zona y que el español emigrado Lucio Garay Zabala decidió procesar como una bebida cuando vio que los campesinos locales la colocaban dentro de las botellas de aguardiente para obtener un alcohol más fuerte.

calle de edificios con techos de losas con poco movimiento

La Guayabita del Pinar es uno de los símbolos de Pinar del Río y fuente de orgullo de sus habitantes, que la llaman el “coñac cubano”. Siglo y medio después de las primeras botellas producidas en la fábrica Garay, los obreros aún la elaboran de forma manual, excepto el llenado y el tapado de las botellas para exportar.  

La fábrica de Guayabita, por cierto, está bastante cerca del Malecón, convertido ya en la mayor apuesta por la iniciativa privada que haya registrado la ciudad en los últimos años, aun cuando los frenos típicos del esquema económico de Cuba impiden volar alto y florecer, como en la primavera.

Tanto es así, que cuando se le preguntó hace poco al dueño del restaurante El Mesón, ubicado en esa manzana desde 1995, por el origen de sus comensales, Rafael Godínez fue categórico: “Los que tienen algún negocio o venden algo o reciben dinero. Quienes viven de su salario no pueden venir a comer aquí. A mí, como cubano, me da pena eso, me duele”.

Desde el portal del teatro “José Jacinto Milanés”, construido en 1838 con estilo neoclásico, donde Enrique Pineda Barnet filmó en 1989 la primera película cubana en ganar un premio Goya, La bella del Alhambra, se divisa el inicio de un espectáculo económico que añora a la mayoría de las familias de la ciudad en una constante afluencia que ampliaría los negocios y crearía más empleos, con el consiguiente beneficio para las familias de esos trabajadores.        

Uno de los negocios en los que muchas personas se acercan, observan, preguntan precios y se van, vende motocicletas eléctricas y accesorios de automóviles. La risa y el asombro se combinan cuando el propio empleado que recibe a los visitantes comenta con cualquiera de ellos que a un ciudadano común le es imposible comprar a precios que “están por las nubes”, en referencia a una alta inflación que está golpeando el poder adquisitivo de la gente. Ante esos precios inalcanzables, el cliente típico se comporta como un conejo al que le enseñan una zanahoria, esperan a que la olfatee y luego se la quitan.       

En el tejido complicado de la economía --de Pinar del Río y de todo el país--,influyen presiones externas que a veces dificultan el acceso a determinados mercados o frenan potenciales inversiones en la isla, algo tan difícil de aceptar como el excesivo control interno sobre la evolución de los negocios privados, que les dificulta desatar todos sus nudos.

No se trata de calcar otras épocas desde la irónica sentencia de que cualquier tiempo pasado fue mejor, pues la memoria tiende trampas. Pero es evidente el atraso en comparación con los 208 comercios que había en esa misma arteria en 1958, entre peleterías, jugueterías, ferreterías, farmacias, papelerías, librerías, quincallas, tiendas mixtas, cristalerías, mueblerías, relojerías, venta de café, hoteles y estudios fotográficos, sustituidos poco a poco con la intervención estatal en la economía, hasta la desaparición del último vestigio de propiedad privada en 1968, con la llamada Ofensiva Revolucionaria.  

Es la misma provincia del mejor tabaco del mundo, que presidentes como Winston Churchill, John F. Kennedy y Bill Clinton disfrutaron a plenitud, igual que actores como Gerard Depardieu, Jean Paul Belmondo, Arnold Schwarzeneger y Jack Nicholson, quien pasó cuatro días en La Habana fumando cigarrillos en la Casa del Habano de Partagás.

entrada de un restaurante pintada de blanco y rosado

Pinar del Río mantiene vivo el mito de que sus habitantes son personas generosas, una leyenda que tal vez se asocie con una bondad atribuida a los campesinos, la mayoría de su población. Antes de la revolución de 1959, en la Isla circulaba esta sentencia, en tono de burla: “el vivo vive del bobo, y el bobo, del pinareño”. Y en los últimos años, los pinareños son el centro de chistes populares en los que son ridiculizados.

Pero en realidad todo eso es un ardid de la picaresca cubana. Se trata de una tierra de personas despiertas e inteligentes, de genios como Cirilo Villaverde, el autor de Cecilia Valdés, la primera novela cubana; Pedro Junco, el compositor de Nosotros, el bolero más cantado en el mundo; o Polo Montañez, el ídolo musical más sólido de los últimos treinta años. De allí también son el luchador de estilo grecorromano Mijain López, quizás el deportista cubano más ganador de todos los tiempos, cuatro veces campeón panamericano, cinco campeón mundial y tetracampeón olímpico, y estrellas del béisbol como Omar Linares, Luis Giraldo Casanova y José Ariel Contreras, un pitcher que llegó hasta la MLB y alcanzó un Anillo de Serie Mundial con los Chicago White Sox después de pasar por los Yankees de Nueva York.

La verdad es que el Malecón de Pinar del Río y sus habitantes merecen la primavera, y quieren vivir por encima de mezquindades, pugnas ideológicas o intereses internos y externos,  convencidos de que, como la madre, vida hay una sola, y de que, con más o menos regulación del Estado, la economía particular sigue acechando al ritmo que le permiten, pero con el tiempo a su favor. Al menos, eso parece.

hombre portando gafas y mirando hacia arriba con camisa negra

Mario Vizcaíno Serrat. Pinar del Río, 1964. Graduado de Periodismo por la Universidad de La Habana, en 1988. Comenzó su carrera profesional como corrector de prensa, en el periódico Guerrillero, de Pinar del Río. Ha sido reportero de la agencia de prensa internacional Prensa Latina, periodista del Instituto cubano del cine, jefe de redacción y director de la revista Alma Mater, reportero de la emisora Radio Progreso. En este momento es jefe de redacción de Palabra Nueva, revista de la Arquidiócesis de La Habana. 

Es autor del libro Portarretratos a la deriva, volumen de 11 entrevistas a artistas cubanos (Extramuros, 2011), y el compilador de Memorias del Alma Mater, volumen en el que 33 intelectuales evocan su paso por las aulas de la Universidad de La Habana desde la década de 1930 (Ediciones Loynaz, 2018).